Abrigué cada penuria que me confiabas, y en mis entrañas, te ganaste un buen lugar. Conocí cada rincón de aquella alma que se distingue por su eterna inmensidad. Sin quererlo y de rebote, nos encontramos incendiándonos y dando luz a aquel placer.
{Debería reconocer que yo he sido, aquella tarde en ese patio,
un muchacho afortunado por robarte una sonrisa}
No hay comentarios:
Publicar un comentario